“Es clave fomentar una política de coordinación internacional sanitaria y económica frente al coronavirus”
Eduardo Bianchi, co-director de la Especialización de Negocios Internacionales, investigador y titular de la asignatura Economía Aplicada, analiza el rol de los países y las medidas tomadas en el comercio internacional ante una de las pandemias más amenazantes de la historia reciente.
Al efecto económico del Covid-19 –más conocido como coronavirus- se lo podría calificar como “una tormenta perfecta”. Actualmente, en el mercado mundial hay un shock de oferta o retracción de la oferta por restricciones al movimiento de los trabajadores de muchos países que han aplicado la cuarentena. Es decir, empresas que no están calificadas como esenciales no pueden trabajar, por lo tanto, son incapaces de producir. Y al mismo tiempo, hay un shock de demanda o reducción de demanda que se refleja en la baja de consumo, inversiones y exportaciones, principalmente. Un dato adicional es que en economías como las latinoamericanas, hay un fuerte porcentaje del mercado laboral en situación de informalidad y este segmento poblacional es el primero en perder el trabajo, además de tener recursos escasos acumulados para apalancar situaciones de crisis.
En este contexto, la escasez de insumos esenciales como los de la salud y ciertos alimentos, se cristaliza como una de las consecuencias más claras de esta pandemia, ya que hay producción rígida, y a su vez, un incremento de demanda que genera un aumento en los precios. Casos emblemáticos son los barbijos o alcohol en gel.
Al factor estructural de la oferta rígida, debe sumarse un aspecto que ha tomado envergadura creciente en los últimos años. Esto tiene que ver -principalmente- con el auge de los nacionalismos. En este contexto se observa cierta actitud de “sálvese quien pueda” en lugar de adoptar una política de cooperación internacional. Ejemplos de ello son los casos de restricción a las exportaciones que afecta de manera directa a los países más vulnerables. En los últimos días, Kazakstán, nación que este año 2020 iba a ser el anfitrión de la reunión de ministros de la Organización Mundial de la Salud (OMS), prohibió las exportaciones de harina de trigo, zanahoria y papa, siendo uno de los mayores productores de harina a nivel mundial.
Por tanto, ante una crisis de esta magnitud sanitaria y económica, se vuelve necesario también pensar en los posibles escenarios de recuperación. En este sentido conviene tomar como ejemplo la actitud de coordinación que en muchos casos rigió durante la crisis económica y financiera de 2008. Si bien en ese entonces se implementaron medidas proteccionistas particularmente en el grupo de países del G20, también hubo un conjunto de medidas macroeconómicas que buscó dar impulso a la economía mundial.
Este aspecto de coordinación se vuelve trascendente, toda vez que informes recientes como el de la consultora internacional McKinsey plantea una recuperación en forma de “U”, en donde se llegaría al nivel base recién en 2023. De esta manera, se puede pensar en 3 años de impacto en el nivel económico.
En este marco, uno de los roles que deben propender a realizar las universidades es trabajar en generar y difundir conocimiento sobre la necesidad de cooperación entre los líderes mundiales y paralelamente, trabajar en propuestas de política económica, acción pública-privada y privada-privada que fomenten un trabajo colaborativo.
Por Eduardo Bianchi
eduardo.bianchi@ean.edu.ar